Post-scriptum: terminus ante quem por Carlos Tapia Martín. Epílogo del libro Contra suelo.

Diagrama de Kircher mostrando a la tierra atravesada por los hidrofilacios subterráneos, 1664

—¿Qué es exactamente un artista?

—Un observatorio subterráneo —replicó Van instantáneamente.

Ada o el ardor. Nabokov. p.112

Que la palabra subterfugio se componga de un adverbio que significa ‘por debajo’ (subter) y de fugere, huir, provee un gambito alífero para entablar estrategias que acomoden la lectura de este “Contra suelo, argumentos y arquitectura bajo la cota cero”. Y debe ser entendido así desde un principio, por cuanto cabe esperar de este libro ciertas premisas de pertenencia y origen, que no van a ser finalmente homologadas para quienes esperen lo convencional. Afortunadamente, cumplir con la otra premisa, la de todo verdadero libro, por la que no se han de emplear esfuerzos, ni de escritura ni de lectura, para todo aquello que nos conduciría de vuelta a donde ya sabíamos que estábamos, sí que está garantizado para quien decida ahondarse en el que sostiene entre sus manos.

Puesto que la premisa distractiva –un subterfugio- regatea con lo aparentemente prometido, mi intención es que estas líneas no sean construidas a modo de precautoria, como un prólogo, sino más bien, una vez acabada su lectura por excavación, ayudar a leer lo que se muestra en la caverna a la que ha sido transferido. Por excavación queremos hacer significar un explorar más allá de los límites de este ensayo, buscando, consultando, multiplicando efectos. Y esta advertencia no es replicable a cualquier otro escrito de cualquier otro ensayista, lo que confiere al trabajo que ha realizado su autor, Iván Guerrero, un riesgo y una singularidad.

El riesgo se conjura por parte del autor mediante el reconocimiento de su juventud y de la trazabilidad de sus estudios, realizados en Perú inicialmente, pero especializados en Sevilla, España. En estos últimos, dado que participo en ellos como profesor, puedo reconocer algunas de las claves que el arquitecto-zapador Guerrero ha empleado como asimilación de su formación aquí: donde la orgullosa episteme aguarda su cometido en emergencia y trascendencia, acontece mera y finalmente como contingencia. Esta espera para dotar(se) de sentido a lo que ha de tratar(se), lo que en este caso es el objeto de la investigación, satisfaría la máxima anglosajona del entendimiento. Y no es un subterfugio decir con estas palabras que verificaría el sentido científico de la literatura especializada, reconocida por la academia, si ella misma se posicionara en la traza de la palabra “understand”. Heráclito, anhelaba comprender la profundidad del alma, para lo que inició un camino abisal, buscando las conexiones invisibles, más productivas que las visibles. Palabra por palabra, colocarse debajo, o “understand”, significa recabar lo sabido pero para llevarlo a esa oquedad donde densidad, materialidad, historia, pero también miedos o desvelamientos dolorosos se ponen en formación. Y tal operación es arqueológica, mostrando los hallazgos en relación con las capas que lo contienen. Es lo que esos zapadores del conocimiento llaman, usando el latín, el “terminus ante quem”. Ese punto de referencia con datación confirmada, evidencia que todo lo que hay por debajo tiene una correspondencia temporal supeditada a esa base, pero que habita en la correspondencia de los materiales acumulados en los estratos que la envuelven.

La originalidad de este manuscrito reside en ello: sólo así se puede secuestrar el Crystal Palace de Paxton para colocarlo en el zulo e interrogarlo. ¿Ante quién ha de responder Paxton? Ante toda la Modernidad y sus Aparatos epocales, reescribiendo su visibilidad, su legibilidad y por supuesto, su inteligibilidad. Nada es factible ya desde lo consabido, sino, diríamos, desde el inframundo de lo cognoscible. No es sólo la técnica del ingeniero de invernaderos, ni del ascensor, sino la colonización de mundo en su conjunto al acondicionar y sujetar el aire: es lo etéreo cavernoso lo que mueve a Sloterdijk a retomar ese caso canónico de la arquitectura.

Uno de los enfoques que empleamos en los cursos de especialización a los que alude nuestro autor en su introducción se mostraría próximo a lo que los psicoanalistas llamarían “undersense”. James Hillman lo ha explicado en alguna breve ocasión y a raíz de sus intervenciones en las famosas conferencias de Eranos con el término hyponoia (que es de Platón, claro, hablamos de cavernas, en La República).

Mediante la deformación del sentido habitual, se opera con la intención de descomponer sus formas. Así, contingentemente, es posible que irrumpa el sentido recóndito de una imagen de entre los velos que encubrían su construcción y, dice Hillman, que “aparezca como una epifanía resucitada”. Para quienes traducen literalmente la hyponoia es más bien una patología clínica. Y entonces el exalcalde Boris Johnson acaece con camisa de fuerza queriendo resucitar el Pabellón de Cristal para recolocarlo en su segunda ubicación tras su desmontaje y remontaje en Hyde Park, y en pleno siglo XXI. No consiguiendo romantizar suficientemente su mandato con la resurrección la vieja estufa para máquinas, debió sentir un vacío sólo consolable con un proyecto de aislamiento mayor: envolver en aire purificadamente británico al conjunto de sus islas. Cavernas hay para todos los inframundos imaginables aún en su presencia superficial.

Para nosotros, sin embargo, es entender la manera de conocer de Joyce para la elaboración del Ulysses, el topo que quiso ser Nietzsche escribiendo Aurora, las descomposiciones lingüístico-estructurales del canon en la deconstrucción derrideana o, por intentar internarnos en el acceso a la imagen, el grabado de Den Aardkloot de 1694 retirando de la vista de la Tierra toda el agua y dejando aflorar sus profundidades.

En ese grabado, lo creativo del proceso de desvelamiento al vaciar el planeta azul de su azul, es el redibujado de límites orientadores, administrativo-estatales, y el derrumbe de la imagen de esfera perfecta y proveedora, que nos protegía orgullosamente como especie superior. Llevada esa imagen a nuestra caverna de conocimiento, se establece en ella un terminus ante quem y allí religamos los estratos generados por el paso del tiempo.

No es desdeñable que hubiera causa común in illo tempore en los intentos por excavar el inframundo (usando el término como lo trata Hillman) en la época de Aardkloot. Así, el espeleólogo matérico-cultural del momento, antes que el holandés, sería el jesuita alemán Athanasius Kircher, quien previamente a su Mundus Subterraneus quo universae denique naturae divitiae (1664), ya intentó ser un vano Champollion del siglo XVII. Al escribir lo que fue calificado como la más erudita monstruosidad de todos los tiempos, su Egyptian Oedipus, allanaba al camino al Hegel de oquedades y pirámides que aparecería un siglo después revolucionando pensamiento y arrastrando a sus fondos la arquitectura.

Debe recordarse al director de la tesis de Derrida, Jean Hyppolite, compilando en 1970 una disección a Hegel para alfombrar el pensamiento moderno, con la alcatifa de lujo de su discípulo Derrida dispuesta como tapiz cuyos motivos decorativos engendran subrepticiamente un plano de sección vertical para la fantasía y la imaginación: “La pirámide y el pozo” es su título. Y debe recordarse porque va a ser el propio Sloterdijk, con carburo y pico usando ese plano, el que dé con la carta de la nacionalidad egipcia del “marrano” Derrida, registrado el hallazgo en su pequeño pero intenso diario “Derrida, un egipcio”.

Marrano, como los judío-conversos que no pertenecen a la comunidad de destino, ni se presentan con la de origen, pero que eligen la ocultación soterrada de seguir siendo lo que eran. Y egipcio, en tanto que es el predicado de todas las construcciones que pueden someterse a la deconstrucción. Esta última es frase literal de Sloterdijk, quien añade: todas, salvo la pirámide, que se levanta allí para todos los tiempos, inconmovible, porque está construida desde el inicio con el aspecto que ocuparía luego su derrumbe. El alma, esa preocupación heraclitana, confinada en la cava de la pirámide, busca en los estratos ruinosos del inframundo su comprensión (understand) ante la vida y su más allá. Si vemos el dibujo hermosísimo de Sverre Fehn que elige Iván Guerrero para contar esto mismo, no es posible sino encontrar en él la definición de la arquitectura, entre el pozo y la pirámide, entre el monumento y la tumba, como escribió Loos. Podemos suponer coincidente el argumento Fehn lo que escribe en la revista Perspecta 24 en 1998 junto a Per Olaf Fjeld (Has a doll life?), con los nuestros si nos apropiáramos del agua que Aardkloot sustrajo a través de su pozo, y la devolviéramos paulatina e intencionalmente de nuevo a la tierra, concluyendo que completaríamos una acción arquitectónica y el relato de la vida misma. Fehn ha dicho, respondiendo a si todo ha de pertenecer a la tierra, esto:

Los dibujos sobre la tierra son el resultado de una convergencia de masas.

Una cavidad que se llena de agua de nuevo, dibuja su línea en la superficie de la tierra. Si reemplazamos el agua por el pensamiento, la línea se convierte en una construcción que el hombre ofrece a la tierra. La naturaleza de la arquitectura es descubrir esta construcción del pensamiento.

El habitante de la cueva no puede liberarse de la masa, sino que vive en su propia sombra como un símbolo de lugar.

Él reemplaza la masa de la tierra con el aire, el material que le dio tanto la oscuridad y la habitación indefinida. La cueva aumenta el volumen del cielo sin renunciar a su sombra. La apertura sigue siendo el único respiro. Afuera, el árbol fractura el horizonte. El tiempo le permitirá crecer y agregarlo a su habitación. El árbol moviliza la luz y proyecta su sombra sobre la tierra, una realización del lugar. Tú eres parte de la sombra de otro, y ya no estás solo. Así es que la historia se cuenta.

La diferencia entre el libro de Kircher y, por ejemplo, el sentido de cientifismo dado por el libro homónimo escrito por el inglés George Hartwig en 1871 (el Crystal Palace se erige en 1851, y aprovechamos para decir que fue trasladado en 1854 e incendiado en 1936 antes de querer ser un fénix londinense en 2006) es patente, si no fuera porque incluso en el caso del empirista, sus descubrimientos sobre la Naturaleza impulsaron la creencia en la leyenda de Agartha, un reino que se creía bajo el desierto de Gobi. Pareciera que un impulso tomado para elevarnos en conocer lo que somos nos devolviera por atracción a la tierra como una gravedad que no se detiene al llegar al suelo. Sin embargo, la posibilidad de la existencia de un mundo en el interior de una tierra hueca es contradictoria con el campo gravitatorio que genera su masa y que debería ocupar ese vacío, ciertamente, por lo que en un orbe que evacuó de su representación al atlante que sostenía el cielo, ha prevalecido finalmente la fidelidad a Hartwig frente a Kircher. En todo caso, tampoco hay mundo que no se deba a sus principios declarativos en lo que concierne a la realidad, con lo que si sólo “medimos”, no sentimos el mundo.

Centrándonos en el texto de Kircher, si en esa fallida traducción de los jeroglíficos egipcios, por la creencia en esa escritura subyacían unos invariables compartidos por otras muchas culturas pictográficas a lo largo y ancho del planeta, ya existe un sesgo de subterraneidad y desenterramiento (deconstructivo, permítaseme el atrevimiento), será en el “Mundo Subterráneo“, su libro posterior, donde se encuentren las bases para que se pida ratificación científica de la idea un inframundo. Y así, científicos como Newton, Halley o Kepler creyeron firmemente en la idea de un magma incandescente que podría actuar como un sol interior. De ahí a Verne hay someramente un par de galerías mineras que atravesar, entrando por el Snæfel. De Verne a Lebbeus Woods, Raymund Abraham, Sverre Fehn o a Frederich Kiesler es menos trabajoso deslizarse bajo tierra para enlazarlos. Basta verter pensamientos suficientemente cambiados de estado como para que erosionen los basaltos que protegían contra los avances por territorios del conocimiento declarados como ya conquistados.

Por abundar sobre la investigación del habitar en el alemán Kiesler, y el proyecto resultante “Magic Architecture”, enterrados por décadas y redescubiertos mediante métodos arqueológicos de archivo (debe consultase la Graham Foundation y la que lleva su nombre), muestra la enorme dificultad de pensar alternativamente, en libertad. En este caso, tanto la propuesta “endless” como su olvido y posterior conversión en yacimiento coinciden en una oportunidad para la ansiada independencia de lo convencional. Aún queda mucho que hacer para no dejarse llevar y caer en relativismos, hedonismos o incapacidades encubiertas, pero no se albergan dudas sobre la potencialidad de las miradas “bajo la cota cero”.

Lo que se concluye de este ensayo realizado en su etapa de formación por el arquitecto Guerrero es que pueden considerarse afinidades, historiografías, puntos desencadenantes de excitación, que no se obtienen por vía de la convencionalidad, para la acción arquitectónica en su compromiso por, al tiempo, hacer y entender el mundo. Si hablar de Kircher supone una revisión estricta y completa de los términos del proyecto moderno es porque permite redibujar con nuevas aguas los perfiles de nuestra contemporaneidad y dejar aflorar estratos cuya metamorfosis no provee purezas ni reconstituciones de sentido original. Es sabido que la lectura de su libro por parte de Bernini dio lugar a la fuente de los Cuatro Ríos de Piazza Navona en Roma. También se basó en sus propias ideas sobre la concepción mística de la Naturaleza. Y Félix Duque (en “La Estrella Errante”) ha aclarado que el fondo de la Naturaleza funda los fondos mismos de Dios. Su existencia, la de Dios, es “ex-sistentia”, palabra por palabra, de nuevo, “consistir en salir”, en desgarrarse de la propia essentia. Ello no sería sino la fuga, la huida del Origen caótico. Y su acción, decimos nosotros, un subter-fugio.

Lo es el argumento elegido para la investigación que aquí se presenta, la recopilación de casos concomitantes y bibliografía específica. Añadido, una capacidad de traducción de unos estados a otros de las materias invocadas, Iván Guerrero posee una alta capacitación en el empleo del dibujo. Esta cualidad aporta al libro una espesura intelectual como plusvalía que no puede dejarse sin resaltar.

En el empleo de acuarelas sigue apareciendo el riesgo, como los otros trances ya mentados. No hay escapatoria cuando los precipitados abandonan su medio para adensarse, solidificarse en su incontrolada redefinición de los estados de lo líquido. La misma fenomenología hegeliana que hemos brevemente tratado aquí es la que el arquitecto Steven Holl usa para sus water-colors, disparadero y mecanismo regulador de sus proyectos construidos. Conviene dedicar un cierto tiempo de detención y disfrute ante sus publicaciones de dibujos para luego ver sus espacios construidos, innegablemente cavernarios y uterinos.

Esos riesgos, que decíamos disculpados por la bisoñez del autor, ahora por el tiempo transcurrido desde la concepción de este trabajo a la aparición ante el público, rompen tal blindaje y lo expone a defenderse por madurez. Máxime cuando Iván Guerrero es ahora profesor en la Universidad de Santo Toribio de Mogrovejo, en Chiclayo, Perú. Y tiene bajo su responsabilidad formar a arquitectos para un futuro incierto, en lo profesional y lo existencial. Al respecto, la ilusión y la esperanza de nuevos desafíos como el calado que tiene aquí su primera expresión, sus primeras expresiones transliteradas, me congratula con el trabajo que hacemos en el Máster en Ciudad y Arquitectura Sostenibles, en la certeza de que van a llegar, como el alcance que también cobijará a sus propios estudiantes.

Este libro se publica dentro de la colección de textos de Trabajos Fin de Máster de la Editorial Recolectores Urbanos, y entronca con otros que ha seleccionado el comité de la editorial sacados de nuestras aulas. La singularidad que dejamos más arriba sin explicar cabe ahora: este trabajo fue merecedor del Primer Premio “Recolectores Urbanos Editorial” en investigación en el proceso formativo de postgrado con una comisión independiente y anónima. En la misma convocatoria se falló como accésit el trabajo de Carlos Gómez Sos y como finalista el de Jorge Minguet Medina.

Dentro de la misma editorial se ha publicado el libro “Pensamiento Homeotécnico. Por una ética de las relaciones no hostiles y no dominadoras”, compendio de resultados de investigación de los profesores que imparten docencia en el mismo máster. La imagen resumen final de esa publicación fue el mundo sin agua de Aardkloot.

Debo agradecer aquí la labor que realiza la editorial, como parte imprescindible de la maquinaria de la formación en arquitectura que ha de garantizar los mejores profesionales para sus sociedades y contextos culturales.

 

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